Hoy es uno de esos días en los que ando muy aburrido por esta cuarentena y brote de COVID-19 y mi playlist de canciones viejitas lo sabe... No es la soledad lo que me pone mal, probablemente acompañado estaría peor.
Esta situación me ha hecho darme cuenta de lo vulnerable que somos a las circunstancias externas. A veces, siento que las horas se alargan como si el día nunca tuviera fin, y en ese abismo de tiempo vacío, mis pensamientos se dispersan. Los días se sienten iguales, como una repetición constante, donde las mismas cuatro paredes son lo único que veo, y fuera de ellas parece que el mundo sigue su curso sin mí. Y aunque la tecnología me permite conectar con otras personas, las conversaciones por teléfono o videollamada parecen no ser suficientes para llenar ese vacío que deja la ausencia de contacto físico.
Que genial sería reponerme pronto y no esperar una eternidad para que el tiempo haga lo suyo. Necesito una máquina del tiempo, viajar 5 o 10 años al futuro y reírme de esto que ahora me pone mal.
Imaginarme en ese futuro, mirando atrás y dándome cuenta de que todo esto pasó y que sobreviví a una de las experiencias más desconcertantes de la historia reciente, sería una forma de encontrar consuelo. Quizás en ese futuro, la pandemia será solo un recuerdo lejano, y todos habremos encontrado nuestras propias formas de seguir adelante. Pero mientras tanto, me consuelo con pequeños momentos de esperanza, aunque mi mente siga jugando al “¿qué pasaría si?”. Cada día parece una pequeña eternidad, pero en el fondo sé que, de alguna manera, el tiempo sigue avanzando, con o sin mi permiso.